viernes, 2 de agosto de 2019

Capítulo 1 Crónicas de Gaia III: Un Sueño de Poder


Buenas tardes, 
Ya queda menos de un mes para que salga a la luz Crónicas de Gaia III: Un Sueño de Poder. Para amenizar la espera me gustaría compartir con vosotros lo que será el primer capítulo de esta novela.
Si aún no habéis leído el prólogo podéis hacer click en este enlace: http://davidhijonromero.blogspot.com/2019/07/prologo-cronicas-de-gaia-iii.html

Capítulo 1. Una Prisión de Sombras

Llevaba demasiado tiempo encerrado. Hacía tiempo que había asumido que no tardaría en morir, pero la espera era demasiado para él. El levantarse cada día preguntándose si viviría lo suficiente como para volver al mundo de los sueños simplemente iba más allá de lo que su mente pudiese soportar.  Volvía a ser una sombra como lo hubiera sido años atrás y esta vez la oscuridad no daba paso a un solo ápice de luz. Al menos, lo había hecho para salvar la ciudad de Valtia. Aquella celda estaba fabricada en un extraño metal resbaladizo al tacto que emitía un frío seco que penetraba en los huesos y atravesaba carne y ropajes a partes iguales, lo que obligaba a Únlinor a estar encogido en todo momento para tratar de calentarse a base de tiritonas constantes que no servían sino para recordarle que era débil y no había nada que pudiese hacer para remediarlo. Una celda diseñada por la mente macabra de Tol-Doroth, pensó con certeza.
Pero Únlinor conocía algo que sus captores ignoraban. Sínduner, su amigo, estaba malherido. Apenas hubo cruzado el ejército invasor las murallas de la ciudad para dirigirse a los navíos cuando sus rodillas cedieron para no volver a alzarse. Él había tenido que marcharse de la ciudad para cumplir la promesa que le hizo a Fredon. Tan solo había tenido tiempo de ver cómo Ralph lo conducía hacia las salas de curación. Quizás el motivo por el que seguía con vida estuviese relacionado con Sínduner y la esperanza de usarlo como moneda de cambio en caso de necesidad. Pero ahora estaba solo y la incertidumbre se extendía ante él.
Hubiese preferido haber muerto en el mar cuando, por razones desconocidas para él, uno de los camarotes comenzó a arder y unas llamas azules como nunca hubiera visto no tardaron en extenderse por aquel navío. Por suerte para la tripulación, fueron capaces de controlar el incendio a tiempo y los daños causados resultaron menores. Pero lo que más inquietaba a Únlinor fue el rumor que había salido de los labios de los marineros y que aseguraba que aquel fuego azul corrompía hasta el acero más resistente. Únlinor no pudo sino pensar en Tol-Doroth en un primer momento, aunque sabía que aquello era imposible; él mismo había cercenado la cabeza de aquel demonio. Ahora solo le quedaba esperar que todo se tratase de un delirio, pues nada temía más que el hecho de que todo aquello, la batalla que habían librado, no hubiese sido sino el principio de una guerra en la que ya no tenía cabida.
Tiempo. Eso era todo lo que ahora Únlinor podía proporcionar a la ciudad de Valtia, y ese único pensamiento compensaba todo el pesar que sentía. Atrás había quedado el Únlinor que una vez fuera, el príncipe egoísta que solo se preocupaba por sí mismo. Había entregado su vida para salvar las de aquellos que le importaban. Todo por una ciudad que representaba una institución contraria a su linaje. Únlinor había aprendido lo que era anteponer los intereses de los demás a los propios, al igual que había hecho su amigo Sínduner y Henry antes que él. Al fin y al cabo, pensó, esto siempre ha ido más allá de una lucha entre la luz y la oscuridad.  Quería creer que la luz acabaría por ganar, pero su vida le había enseñado que no siempre ocurre lo que uno desea ni recibe lo que merece. Lo único que podía asegurar era que aún le quedaba mucho por sufrir. En cierto modo, envidiaba la muerte rápida que había sufrido Tol-Doroth. Había sido él y no uno de los Agnitios el que diese el golpe final, se recordó. Quizás aquel fuese el punto álgido de su papel en toda aquella historia y ahora debía pagar por todo ese protagonismo. Sus pensamientos eran tan amargos como el pan rancio que se forzaba por masticar para tratar de seguir con vida y que su carcelero le arrojaba con desprecio a través de una trampilla metálica junto con algo de agua con fuerte sabor a óxido. Un alimento escaso que quemaba sus entrañas y no hacía sino alimentar su hambre pero que, al menos, lo mantenía con vida durante unas horas más, postergando así su agonía y avivando su odio.

Aquella mañana el rechinar de la cerradura oxidada le hizo abandonar su estado de estupor. La puerta de la celda se abrió y cerró los ojos con fuerza ante la luz que emitía la antorcha que portaba el recién llegado.
-¡Levántate! Francis y Fredon quieren verte. –aún no había abierto los ojos, pero no lo necesitaba para saber que aquella era la voz de Juesh, su amable carcelero. -¡Vamos! –la voz le propinó un puntapié en las costillas que le hizo retorcerse de dolor. Fue necesario un nuevo golpe para hacer que Únlinor se levantase entre gruñidos ininteligibles.
Sentía los músculos y los tendones agarrotados y débiles. Se miró las manos y, horrorizado, comprobó cómo no quedaba ni rastro de los miembros característicos del guerrero que un día fuera. Tan solo era un montón de huesos y pellejo quebradizo, y aquello le enfurecía a la par que le entristecía. Unas semanas de cautiverio en aquella celda maldita habían bastado para acabar con él, se dijo, aunque en el fondo no quería admitir que el pesar por la suerte de su amigo también lo había conducido a aquella situación. La comida, aunque escasa e insulsa, había perdido todo su sabor. Tan solo se había esforzado por comer para garantizar más tiempo a Carel, Dua, Ralph y todo el resto de Valtia. Mientras pudiese cumplir aquel cometido, bien merecía la pena seguir siendo la sombra de su pasado.
Extendió su brazo izquierdo y las yemas de sus dedos acariciaron la superficie rugosa de uno de los muros que componían aquella extensa mazmorra, el mismo que estaba pasando a su lado mientras lo escoltaban fuera de aquel lugar. En cierta forma, era su forma de expresar un último adiós, pues si de algo estaba seguro en aquellos momentos era de que no volvería a su celda de una pieza. Allí terminarían los días de Únlinor Terdelion, príncipe de Delfas, senador de Valtia, asesino de reyes. Quizás tras su muerte fuese juzgado por los dioses de Sínduner. Los Cuatro podrían en una balanza sus acciones, y a pesar de haber luchado a favor de éstos en la guerra contra Tol-Doroth, no estaba seguro de que el veredicto le resultase favorable. Había sido alguien diferente durante demasiados años, un ser arrogante que él mismo había llegado a despreciar, y aunque finalmente Sínduner había sido capaz de aceptarlo, no estaba tan seguro de que sus dioses fuesen tan benevolentes.
Llegó antes de lo deseado a su destino. Le hubiesen gustado unos momentos más con sus pensamientos, algo que le dibujaba una sonrisa amarga, pues si de algo había disfrutado en exceso durante aquellas semanas había sido de tiempo a solas consigo mismo. Aun así, quedaba tanto por revelar, se lamentó. Las puertas se abrieron y dieron paso a una estancia diminuta y carente de decoración alguna. Francis y Fredon estaban sentados en incómodos sillones y no hicieron ademán alguno de levantarse cuando vieron a Únlinor. En su lugar, parecieron contemplar su condición actual con un brillo de satisfacción en sus ojos y una leve sonrisa en sus labios. Francis le indicó con una inclinación de su cabeza que ocupase el asiento situado frente a ellos. Únlinor le lanzó una breve mirada a éste antes de obedecer.
-Puedes retirarte. Cierra la puerta cuando lo hagas. –le ordenó Fredon a uno de los soldados que había escoltado a Únlinor hasta allí.
-Pero, señor… -replicó el soldado a la vez que se forzaba por no mirar a Únlinor.
Entonces fue cuando comprendió lo que sucedía. Él había sido el que había acabado con Tol-Doroth, el líder por el que habían sentido admiración y miedo a partes iguales, el mismo que habían venerado como un dios y que les había llevado a creer que el mundo no era tan grande como creyeran, que conquistar toda Gaia no era una opción sino una certeza aún por explotar. Ahora todo el sueño se había hecho pedazos y su espada, al decapitar a Tol-Doroth de un tajo limpio, había sido la responsable de ello. Nada importaría que en aquellos instantes no empuñase una espada, ni que todos sus huesos se marcasen bajo su piel, que parecía a punto de deshacerse en jirones en cualquier momento. Mientras aún respirase, puede que incluso cuando no lo hiciese, su nombre inspiraría temor en aquellos que creyeron en algún momento en las palabras del siervo del dios de las Tinieblas.
-¡Soldado! ¿Has comprendido mis palabras? ¡Dime tu nombre! -bramó Francis.
-Á-a-astor, señor -respondió sin atreverse a levantar la mirada.
-Está bien, Ástor. Márchate, más tarde hablaré con tu comandante para que te castigue por tus actos.
Ástor palideció e hizo un ademán de replicar de nuevo, lo cual sorprendió a Únlinor y le permitió confirmar sus sospechas. Francis fulminó a su subalterno con la mirada y sus dedos acariciaron la empuñadura de su espada, situada en su regazo. El soldado tragó saliva y se marchó de la estancia, cerrando la puerta detrás de sí y albergando la vana esperanza de que las palabras de Francis quedasen en nada.
Un silencio incómodo se formó entre Únlinor y aquellos situados frente a él. Por un momento valoró la posibilidad de arrebatarle la espada a algunos de los presentes. Al fin y al cabo, tan solo precisaría de un par de movimientos bien ejecutados, pero una leve oscilación de su brazo le bastó para desestimar esa idea. Sus miembros estaban entumecidos por la humedad, el desasosiego y la propia naturaleza de la celda. Su momento de jugar a ser un héroe había pasado, ahora debía aprender a valerse de la palabra si quería ganar algo más de tiempo. Su mera presencia podía resultar más desequilibrante para el resultado de aquella guerra que el hecho de que acabase con la vida de aquellos dos en esos momentos, por mucho que ahora fuesen los hombres a cargo de lo que quedaba del ejército de Tol-Doroth. Aquello era algo que había aprendido en su viaje como cautivo en aquel navío de guerra. Debía ser paciente e inteligente a partes iguales, pues todo dependía de que tanto Francis como Fredon siguiesen creyendo que Sínduner aún seguía con vida y su poder, equiparable a aquel que hubiera poseído Tol-Doroth, no había menguado un ápice. Únlinor era más que consciente de que la ciudad de Valtia no aguantaría un nuevo golpe. Su más que evidente inferioridad numérica jugaba en su contra. Todo dependía de Sínduner, de quien esperaba que siguiese con vida.
-Debes de estar cansado de vivir en esas cuatro paredes. Alimentándote de comida rancia, respirando un aire impuro, carcomido por el frío espectral. –comenzó Francis.
-Bueno… he estado en sitios peores. –respondió Únlinor encogiéndose de hombros.
-¿Crees que tu amigo estaría dispuesto a negociar? –dijo Fredon, cansado de todo aquello.
-¿Sínduner? No creo que esté muy contento por el trato que me habéis dado. No entraba en el acuerdo el hacerme prisionero.
-Por eso mismo debe estar más presto a dialogar con nosotros. –replicó Francis. –Apuesto a que te echa de menos. El último Agnitio y el asesino del elegido por el dios de las Tinieblas. Una pareja única. -la última palabra la escupió con todo su odio.
-Yo en vuestro lugar tendría cuidado con él. Ya habéis visto de lo que es capaz. Y aún está desarrollando sus habilidades. ¿Quién sabe lo que logrará cuando haya dominado todo su poder?
-¿Qué nos aconsejarías que hiciésemos para evitar un final indeseado? –inquirió Francis, visiblemente abatido.
Únlinor reprimió una sonrisa aunque no pudo evitar que sus ojos revelasen la intensidad de la llama de la esperanza que se había prendido dentro de él.
-En primer lugar, deberíais liberarme. Lo más sensato sería firmar ese tratado de paz del que Fredon, aquí presente, habló tras la batalla por Valtia. Estoy seguro de que si deponéis las armas y negociamos unas condiciones que nos complazcan a ambas partes todos saldremos ganando y este cautiverio no quedará más que en un pequeño malentendido por el que no se tomarán represalias.
-¿Consideras que no podemos hacerle frente al poder de Sínduner? –interpeló Fredon.
-Sabéis que no. ¿Por qué sino os replegasteis cuando murió Tol-Doroth? Sabéis que nada puede rivalizar con el poder de los Cuatro.
-El mismísimo dios de las Tinieblas podría hacerlo. –dijo Francis con una media sonrisa en sus labios, dejando entrever parte de su cuidada dentadura.
Únlinor entrecerró los ojos. ¿Acaso estaban tratando de jugar con él para endurecer las negociaciones? Nada de lo que Francis había dicho tenía sentido. Tol-Doroth había muerto y con él el poder del dios de las Tinieblas había desaparecido para siempre, al igual que lo había hecho el poder de los Cuatro si Sínduner había muerto, posibilidad que no podía excluir por poco que le agradase la idea.
Fredon escudriñó el rostro de Únlinor y se deleitó con la visión desaliñada y confusa que el antiguo príncipe, el mismo que había acabado con la vida de su amigo y señor, ofrecía. Se levantó, las bisagras emitieron un sonido quejicoso al abrir la puerta que daba al exterior de aquella diminuta estancia. Pero, lejos de molestarse por ese hecho, dejó que este sonido lo envolviese. Era el sonido que daba paso a la revelación que cambiaría el destino de aquella guerra. 
-Ástor, trae la jaula. –dijo Fredon tratando de disimular su excitación.
-¿Vais a volver a encerrarme? –preguntó Únlinor, casi divertido.
-Espera y verás. –respondió Fredon sin tan siquiera molestarse en girarse para responder a su prisionero.
Ástor no tardó en volver con un objeto envuelto en una gruesa tela negra que lo cubría por completo. Únlinor se relajó al principio, tras temer que lo que el guardia trajese consigo fuese un arma ejecutora destinada para su cuello. A simple vista aquel objeto no representaba amenaza alguna para él y estuvo a punto de dejar escapar una sonrisa de alivio. No tardó en cambiar de opinión al observar la forma en la que Ástor sujetaba dicho objeto. Su mirada volvía nerviosa una y otra vez a éste, como si temiese aquello que la tela escondía por una razón que se le escapaba a Únlinor. Fuera lo que fuese lo que Fredon había mandado traer no sería nada bueno para él, concluyó, para luego preguntarse si no acabaría por desear que hubiesen traído un hacha bien afilada en vez de aquello. Ástor entregó aquel encargo a Fredon y suspiró al verse liberado de aquel peso. Una gruesa gota de sudor nació de su frente hasta morir en la punta de su nariz. Fredon recibió el objeto y cuando se giró hacia Únlinor, lo hizo con una sonrisa de suficiencia en sus labios. Únlinor se preguntó si antes de la batalla por Valtia había sonreído de la misma forma.  
-¿Intrigado? –preguntó Fredon.
Únlinor habría jurado que aquel objeto había emitido un gemido débil, casi imperceptible, pero frunció el ceño tratando de desechar aquella idea. Fredon no esperó respuesta alguna por parte de su prisionero. De un solo movimiento retiró la tela negra y reveló aquello que ocultaba.
-N-n-no puede ser. –balbuceó Únlinor, incapaz de creer lo que sus ojos trataban de mostrarle.
Fredon sostenía una jaula hecha de hierro forjado. En su interior un ser alado de duras escamas oscuras y ojos reptiles de color cobalto escupía volutas de humo. Su mirada se cruzó con la de Únlinor y éste no pudo evitar que todos sus músculos se tensasen en un espasmo de terror. Por un momento volvió a ser Únlinor Terdelion, hijo de Rágar, príncipe de Delfas. Volvía a estar en el patio del castillo y a encontrarse con la mirada encapuchada de Tol-Doroth. No importaba que hubiese visto cómo su cabeza rodaba por el suelo, ahora creía ver sus ojos de nuevo frente a él. Destilaban el mismo poder, el mismo horror, la misma sabiduría. Pero no, se dijo, aquel ser no era humano, tampoco se asemejaba en nada a lo que hubiese visto jamás. Sí que lo hacía a la historia que Sínduner hubiese leído en la cabaña de Henry mientras vivían con él en el Bosque de Walden. Aquella criatura era un dios, el dios de las Tinieblas.
-¿Sorprendido? –inquirió Francis.
-¿Por qué tenéis enjaulado a vuestro dios? ¿No teméis su ira? –preguntó Únlinor, no sin cierta ironía amarga en sus palabras.
-No es el dios de las Tinieblas –aclaró Fredon. –, sino su hijo. Un dragón surgido del huevo que el dios le otorgó a Tol-Doroth tras su bautismo. ¿Te parece aterrador? Créeme, si continúa creciendo al ritmo que lo está haciendo pronto necesitará alimentarse de ciudades enteras para saciarse. No tememos a Sínduner. Puede que tenga el apoyo de los Cuatro pero no tendrá nada que hacer contra nuestro dragón cuando llegue su momento.
Únlinor no respondió. Cualquier cosa que hubiese dicho resultaría forzada, pues lo cierto era que, si alguna vez había tenido alguna esperanza en que todo pudiese solucionarse de algún modo beneficioso para Valtia, ahora todo había quedado reducido a la nada, sumergido en la profundidad de las tinieblas. Aquel ser sobrenatural había sido el responsable de aquel cambio. Su sola presencia representaba una amenaza para Gaia y ni siquiera Sínduner podría enfrentarse a ese ser. Su poder se había extinguido. El veredicto había sido pronunciado y no se sentía con fuerzas de replicar.
-Lleváoslo y dadle algo de comer. Quiero que viva lo suficiente para ver cumplidas mis palabras. Al menos le debemos eso a él. –dijo Fredon en memoria del amigo y rey perdido en combate. Consiguió reprimir con éxito una lágrima que intentaba nacer en su rostro. No pensaba darle aquel placer al asesino de Tol-Doroth.
Cuando Únlinor volvió a su celda sintió cómo el frío que emanaba del metal atravesaba sus pies descalzos y cortaba su carne. Aulló de dolor y golpeó las paredes con rabia hasta que la sangre brotó de sus nudillos y la voz se le quebró. A buen seguro el carcelero se estaba deleitando con aquella escena pero a él no le importaba. La visión de aquel dragón era lo único que inundaba su mente en aquellos instantes. Se sentía más vulnerable que nunca. Lloró de impotencia, desdicha y dolor.

Si queréis ser los primeros en leer el capítulo 2, podéis mandarme un correo a davidhijoncontacto@gmail.com
Permaneced atentos al blog ya que pronto desvelaré la portada. Y recordad que el día 1 de septiembre podréis adquirir Crónicas de Gaia III: Un Sueño de Poder en papel y ebook desde Amazon. 

martes, 2 de julio de 2019

Prólogo Crónicas de Gaia III

Hola a todos,

Me alegra mucho poder escribiros ahora que se acerca septiembre (fecha de publicación de Crónicas de Gaia III) para anunciar que el título de mi libro será Un Sueño de Poder y será la penúltima parte de una saga que contará con cuatro libros. Como aperitivo os dejo el prólogo en esta entrada.


Prólogo
Sus miembros le ardían y el corazón amenazaba con salirse de su pecho tras una dura mañana de trabajo bajo un sol abrasador y un cielo sin nubes. A su lado, su hermana mantenía la mirada fija en el suelo, aún salvaje, a la vez que tiraba con fuerza de una yegua que le doblaba en peso. Ella siempre había sido más testadura que él y jamás se quejaba del trabajo familiar. Él, por el contrario, nunca había sentido que esa labor encajase en su visión de futuro. Su lugar siempre había estado lejos de allí, se dijo una vez más, en algún país lejano, viviendo aventuras que contar a sus nietos y que perdurarían a lo largo del tiempo.
No obstante, la realidad era demasiado dura. Quizás por eso se negaba a aceptarla y seguía quejándose, una y otra vez, de su suerte. Las ampollas que cubrían sus manos no estaban producidas por la espada que deseaba empuñar, sino por los utensilios que usaba para trabajar y cultivar una tierra que cada día se le antojaba más ingrata y cruel.
Había oído historias sobre lo acontecido en el oeste de Gaia y todas se entremezclaban entre sí, hasta tal punto que era difícil que el propio narrador no terminase por detenerse, incapaz de dar crédito a sus propias palabras. Lo único que parecía ser cierto, pues era lo que todas las historias compartían, era la muerte de Tol-Doroth, el monarca que gobernaba desde su trono en Delfas. Ámaron no podía imaginarse cómo alguien podía haber acabado con Tol-Doroth. Él mismo lo había visto meses atrás, cuando se encontraba en Maltos, a lomos de su semental negro mientras empuñaba su hacha de doble filo y encabezaba un ejército que bien parecía capaz de conquistar toda Gaia de haber sido éste su propósito. Habría jurado entonces que el rey era inmortal, pero incluso los dioses mueren algún día, pensó con cierto pesar.
Su padre le reprendía con dureza cada vez que Ámaron preguntaba por lo que iba a ocurrir ahora en el oeste de Gaia y quién se sentaría en el trono de Delfas, pero por mucho que tratase de ocultarlo, Ámaron podía ver la preocupación en los ojos de su anciano padre. La sombra del reinado de Rágar aún estaba demasiado presente en sus recuerdos y tampoco ayudaba el hecho de que algunos de los rumores apuntasen a que el mismo Únlinor había sido el que había acabado con Tol-Doroth y ahora éste se encaminaba hacia Delfas para reclamar su derecho al trono y castigar con dureza a aquellos que habían mostrado su apoyo a Tol-Doroth.
-Dejemos los asuntos de los grandes señores para ellos. Nosotros debemos preocuparnos por tener un plato de comida caliente sobre la mesa –acostumbraba a decir su padre.
Pero Ámaron no podía evitar soñar con las posibilidades que podría traer el futuro. Cualquier cosa, incluso ser reclutado para luchar en alguna refriega, sería mejor que volver a pasar un día más en aquel lugar empujando una vieja yegua que se negaba a moverse.
El sol no tardó en ponerse y el cielo empezó a oscurecerse sin importarle lo más mínimo que a Ámaron y a su familia aún les quedase mucha tierra por arar y poco tiempo por hacerlo antes de que llegasen las primeras lluvias. Él sabía bien que la oscuridad no detendría la tozudez de su padre ni la de su hermana y que ambos no le permitirían volver a la comodidad del hogar hasta que hubiesen completado la tarea prevista para aquella jornada. El fin de esta trajo consigo un plato de gachas espesas que poco servían para aplacar el hambre que corroía sus tripas. Hundió la cuchara con avidez y rabia y llenó su boca con el contenido de la misma.
Tampoco es que sea mi plato favorito confesó una voz junto a su oído.
Ámaron se encogió y la voz soltó una risita juguetona.
Lo siento. No pretendía asustarte mintió.
Es solo que no te esperaba aquí trató de justificarse Ámaron sin atreverse a mirarla a los ojos.
Tu hermana me ha abierto la puerta. Debía ser muy interesante eso que estabas pensando para no escuchar mi llegada. Mi padre me ha mandado para preguntaros si nos podríais echar una mano con la cosecha.
Ámaron buscó la mirada de su padre. No tardó en encontrar en sus ojos una negativa a la petición de la joven.
Lo siento, aún nos quedan varios días de trabajo y vamos algo retrasados soltó con un tono de voz plano, pero, por el asentimiento de su padre al otro lado de la mesa, este quedó satisfecho con la respuesta.
Una pena susurró ella acercándose aún más a él. Su aliento acariciaba su mejilla . Me hubiese gustado recompensar tu ayuda.
Ámaron desvió la mirada y notó cómo la sangre se acumulaba en su rostro. Siempre había sentido debilidad por Freya. Ella lo sabía y bien que lo aprovechaba cada vez que se presentaba la ocasión. Pero por encima de sus sentimientos se encontraba la autoridad de su padre y, aunque no le gustase reconocerlo, la de su hermana, quien le había advertido en más de una ocasión sobre Freya y sobre cómo sabía usar sus armas para, más de una vez, manipularle a su antojo. Ámaron sabía que su hermana tenía razón, pero prefería seguir creyendo en la posibilidad de que Freya tuviese deseos hacia él que iban más allá del mero interés. Aquella noche, cuando se fue a la cama, aún recordaba a Freya y aquellos ojos de hielo que se clavaban en él y lo derretían a placer. Le costó conciliar el sueño más de lo habitual a pesar de que sus músculos le imploraban descanso. Su parte más racional le recordaba que al día siguiente le esperaba una dura jornada de trabajo y que su hermana le lanzaría más de un reproche, buena conocedora de la causa de su debilidad, si no era capaz de rendir tal y como se esperaba de él, que no era poco ni nunca lo había sido. Su ensoñación con el futuro y las múltiples posibilidades que este podría regalarle le mantuvieron despierto durante un buen rato antes de que el cuerpo venciese a su mente y se rindiese a un sueño que ya había pospuesto demasiado.
La jornada siguiente distó en poco de las anteriores. El sol quemaba su piel con más avidez y su ropa se había convertido en una segunda piel empapada en sudor y polvo. Una vez más, Ámaron observó cómo el sol se ponía y traía consigo la oscuridad casi absoluta. Aquella noche la luna había desaparecido del cielo. Ámaron se dispuso a volver a tirar de su yegua, que parecía a punto de desfallecer, cuando la noche se iluminó de pronto. Todos se quedaron sin habla al contemplar una imagen terrorífica. El cielo se estaba desgarrando. Cuatro haces de luz lo atravesaban de parte a parte.
Ámaron fue el último en reaccionar, a su lado, toda su familia estaba gritando y huyendo para ponerse a salvo. Tan solo el sonido de su nombre hizo que reaccionara. Uno de aquellos haces parecía dirigirse directamente hacia él y lo hacía a una velocidad imposible. Aquello debía tratarse de uno más de los sueños que tenía durante el día. Pero en sus sueños nadie gritaba, y tampoco temblaba como lo estaba haciendo él en aquellos instantes. La realidad del momento lo golpeó, aunque sus miembros se negaron a obedecerle ante la proximidad de aquel objeto que amenazaba su existencia.  
El impacto se produjo a pocos pasos de él y lo empujó hacia atrás con la fuerza de un ariete. Tardó un momento en recuperar la respiración y algo más en ser capaz de levantarse. Con sumo cuido, se aproximó hacia el cráter que aquel objeto caído del cielo había ocasionado en el suelo y que había echado a perder el trabajo de varias jornadas. Tuvo que esperar a que el polvo volviese a asentarse hasta poder discernir una forma que se movía en la base del cráter. Era un ser diminuto, apenas le llegaría por las rodillas, y redondeado. El tono de su piel era azulado y ésta tenía un aspecto resbaladizo, como si acabase de salir de un lago y aún no se hubiese secado del todo. Sus ojos eran amarillos y carecían de pupila alguna. Una larga cola con forma de rayo no paraba de golpear el suelo con nerviosismo, abriendo pequeños agujeros con cada sacudida. El ser no cesaba de mirar de un lado para el otro, como si buscase algo. 
¿E-e-eres real? –preguntó Ámaron, incapaz de dar crédito a lo que veían sus ojos –. Estás aquí por mí, ¿verdad?
Aquel ser se volvió hacia Ámaron, quien, incapaz de contener la emoción que sentía, comenzó a llorar a lágrima viva.
¿Wigo?
N-no te entiendo –dijo Ámaron.  
El ser giró la cabeza hacia un lado. Su cola dejó de agitarse y Ámaron extendió una mano, sin saber qué esperar a continuación, pero deseando que, de alguna forma, el ser lo aceptase y le concediese todo cuanto había deseado. De pronto aquella forma se abalanzó sobre él y comenzó a devorar su rostro con mordiscos rápidos y feroces que arrancaron carne, músculo y hueso a partes iguales. Antes de desvanecerse trató de consolarse pensando que pronto despertaría de aquel sueño. Nada era real, sin embargo, todo terminó y Ámaron cesó de ser en aquel momento.

Si te ha gustado el prólogo y quieres leer el capítulo 1 antes que nadie, envía un correo a davidhijoncontacto@gmail.com con el asunto Crónicas de Gaia III para recibir un mail con ese capítulo. 
Un saludo, queridos lectores.

martes, 18 de junio de 2019

Fecha de publicación de Crónicas de Gaia III

Queridos lectores,

Me gustaría usar este post para hablar un poco, y con brevedad, sobre mi próximo trabajo, la tercera parte de la saga, Crónicas de Gaia, que ya cuenta con Sangre y Polvo y La Senda de la Oscuridad. A estos dos títulos previos se le unirá en septiembre una nueva obra en la que he estado trabajando estos dos últimos años. La novela está en fase de revisión y estará disponible para dentro de tres meses en Amazon en formato ebook y papel y en este último formato en otros distribuidores como Barnes and Noble y ciertas tiendas físicas, siempre bajo previo encargo.
En esta novela la aventura desarrollada en Gaia irá más allá de lo que hemos visto en los dos libros anteriores y visitaremos nuevos puntos geográficos tanto del oeste de Gaia como de otros lugares de este mundo. También contaremos con nuevos personajes y, por supuesto, con aquellos que esperáis encontraros tras las dos primeras novelas.
Os pido que estéis atentos al blog y a mis redes sociales en Twitter y Facebook para más información sobre esta novela, como título, portada, día de publicación de septiembre e incluso un par de capítulos de esta nueva aventura.

Un saludo a todos mis lectores del universo Gaia.

viernes, 4 de enero de 2019

Reseña de Fuego y Sangre

Hoy en el blog traigo la reseña de la nueva novela de G.R.R. Martin , Fuego y Sangre (Fire and Blood), que nos traslada 300 años antes de Juego de Tronos. Antes que nada, decir que esta no es la novela que merecíamos (Vientos de Invierno), pero sí una necesaria para aquellos que amamos el universo de Martin y que responde a preguntas que muchos nos hemos hecho, como, por ejemplo, ¿de dónde vienen los tres dragones de Daenerys?
El libro comienza con la conquista de Aegon, pero, si esperáis una novela convencional, llena de diálogos e interacción entre personajes, esta no es vuestra novela. Se trata de un libro de historia, al más puro estilo Silmarillion, aunque más a lo bestia, y es que, si dejas tan solo un día de leer este libro, al retomarlo te encuentras con un oasis de nombres que difícilmente serás capaz de recordar. Como en todo este universo, no hay personajes totalmente buenos ni verdades absolutas, ya que, en muchas ocasiones, el maestre que narra la historia nos muestra diversas posibilidades, pero ninguna conclusión definitiva. Particularmente, me encantó la Danza de Dragones, donde dos facciones Targaryen se enfrentan por el Trono de Hierro y nos encontramos con traiciones, cambios inesperados y combates épicos de dragón contra dragón.

Martin maneja de forma ejemplar el espacio de Poniente, ya que todo parece perfectamente enmarcado dentro de la localización de su mundo. A pesar de que nos encontramos las familias de siempre (Martell, Baratheon, Stark, Lannister, etc), hay otras que juegan un papel crucial, mucho mayor que en la serie original (Velaryon). Lo que sí que he echado en falta es un mayor protagonismo de la casa Stark o una simple mención a los Caminantes Blancos, aunque sea a través de alguna leyenda de pasada. Otro punto negativo sería que, con la edad del autor, y aún con dos libros de la saga original por publicar, me parece un atrevimiento que haya comenzado esta nueva saga a la que aún le falta otra novela. Lo más destacable, sin duda, de la novela es la excelente edición en tapa dura y las numerosas ilustraciones que contiene el libro, que la convierte en un auténtico libro de culto.
Dicho eso, os animo a proponerme nuevas novelas que reseñar en la sección de comentarios.