Me alegra mucho poder escribiros ahora que se acerca septiembre (fecha de publicación de Crónicas de Gaia III) para anunciar que el título de mi libro será Un Sueño de Poder y será la penúltima parte de una saga que contará con cuatro libros. Como aperitivo os dejo el prólogo en esta entrada.
Prólogo
Sus miembros
le ardían y el corazón amenazaba con salirse de su pecho tras una dura mañana
de trabajo bajo un sol abrasador y un cielo sin nubes. A su lado, su hermana
mantenía la mirada fija en el suelo, aún salvaje, a la vez que tiraba con
fuerza de una yegua que le doblaba en peso. Ella siempre había sido más
testadura que él y jamás se quejaba del trabajo familiar. Él, por el contrario,
nunca había sentido que esa labor encajase en su visión de futuro. Su lugar
siempre había estado lejos de allí, se dijo una vez más, en algún país lejano,
viviendo aventuras que contar a sus nietos y que perdurarían a lo largo del
tiempo.
No obstante,
la realidad era demasiado dura. Quizás por eso se negaba a aceptarla y seguía
quejándose, una y otra vez, de su suerte. Las ampollas que cubrían sus manos no
estaban producidas por la espada que deseaba empuñar, sino por los utensilios
que usaba para trabajar y cultivar una tierra que cada día se le antojaba más
ingrata y cruel.
Había oído
historias sobre lo acontecido en el oeste de Gaia y todas se entremezclaban
entre sí, hasta tal punto que era difícil que el propio narrador no terminase
por detenerse, incapaz de dar crédito a sus propias palabras. Lo único que parecía
ser cierto, pues era lo que todas las historias compartían, era la muerte de
Tol-Doroth, el monarca que gobernaba desde su trono en Delfas. Ámaron no podía
imaginarse cómo alguien podía haber acabado con Tol-Doroth. Él mismo lo había
visto meses atrás, cuando se encontraba en Maltos, a lomos de su semental negro
mientras empuñaba su hacha de doble filo y encabezaba un ejército que bien parecía
capaz de conquistar toda Gaia de haber sido éste su propósito. Habría jurado
entonces que el rey era inmortal, pero incluso los dioses mueren algún día,
pensó con cierto pesar.
Su padre le
reprendía con dureza cada vez que Ámaron preguntaba por lo que iba a ocurrir
ahora en el oeste de Gaia y quién se sentaría en el trono de Delfas, pero por
mucho que tratase de ocultarlo, Ámaron podía ver la preocupación en los ojos de
su anciano padre. La sombra del reinado de Rágar aún estaba demasiado presente
en sus recuerdos y tampoco ayudaba el hecho de que algunos de los rumores
apuntasen a que el mismo Únlinor había sido el que había acabado con Tol-Doroth
y ahora éste se encaminaba hacia Delfas para reclamar su derecho al trono y
castigar con dureza a aquellos que habían mostrado su apoyo a Tol-Doroth.
-Dejemos los
asuntos de los grandes señores para ellos. Nosotros debemos preocuparnos por
tener un plato de comida caliente sobre la mesa –acostumbraba a decir su padre.
Pero Ámaron
no podía evitar soñar con las posibilidades que podría traer el futuro.
Cualquier cosa, incluso ser reclutado para luchar en alguna refriega, sería
mejor que volver a pasar un día más en aquel lugar empujando una vieja yegua
que se negaba a moverse.
El sol no
tardó en ponerse y el cielo empezó a oscurecerse sin importarle lo más mínimo
que a Ámaron y a su familia aún les quedase mucha tierra por arar y poco tiempo
por hacerlo antes de que llegasen las primeras lluvias. Él sabía bien que la
oscuridad no detendría la tozudez de su padre ni la de su hermana y que ambos
no le permitirían volver a la comodidad del hogar hasta que hubiesen completado
la tarea prevista para aquella jornada. El fin de esta trajo consigo un plato
de gachas espesas que poco servían para aplacar el hambre que corroía sus tripas.
Hundió la cuchara con avidez y rabia y llenó su boca con el contenido de la
misma.
–Tampoco es que sea mi plato
favorito –confesó una voz
junto a su oído.
Ámaron se
encogió y la voz soltó una risita juguetona.
–Lo siento. No pretendía asustarte –mintió.
–Es solo que no te esperaba aquí –trató de justificarse Ámaron sin
atreverse a mirarla a los ojos.
–Tu hermana me ha abierto la puerta.
Debía ser muy interesante eso que estabas pensando para no escuchar mi llegada.
Mi padre me ha mandado para preguntaros si nos podríais echar una mano con la
cosecha.
Ámaron buscó
la mirada de su padre. No tardó en encontrar en sus ojos una negativa a la
petición de la joven.
–Lo siento, aún nos quedan varios
días de trabajo y vamos algo retrasados –soltó
con un tono de voz plano, pero, por el asentimiento de su padre al otro lado de
la mesa, este quedó satisfecho con la respuesta.
–Una pena –susurró ella acercándose aún más a él. Su aliento
acariciaba su mejilla –. Me
hubiese gustado recompensar tu ayuda.
Ámaron desvió
la mirada y notó cómo la sangre se acumulaba en su rostro. Siempre había
sentido debilidad por Freya. Ella lo sabía y bien que lo aprovechaba cada vez
que se presentaba la ocasión. Pero por encima de sus sentimientos se encontraba
la autoridad de su padre y, aunque no le gustase reconocerlo, la de su hermana,
quien le había advertido en más de una ocasión sobre Freya y sobre cómo sabía
usar sus armas para, más de una vez, manipularle a su antojo. Ámaron sabía que
su hermana tenía razón, pero prefería seguir creyendo en la posibilidad de que
Freya tuviese deseos hacia él que iban más allá del mero interés. Aquella
noche, cuando se fue a la cama, aún recordaba a Freya y aquellos ojos de hielo
que se clavaban en él y lo derretían a placer. Le costó conciliar el sueño más
de lo habitual a pesar de que sus músculos le imploraban descanso. Su parte más
racional le recordaba que al día siguiente le esperaba una dura jornada de
trabajo y que su hermana le lanzaría más de un reproche, buena conocedora de la
causa de su debilidad, si no era capaz de rendir tal y como se esperaba de él,
que no era poco ni nunca lo había sido. Su ensoñación con el futuro y las
múltiples posibilidades que este podría regalarle le mantuvieron despierto
durante un buen rato antes de que el cuerpo venciese a su mente y se rindiese a
un sueño que ya había pospuesto demasiado.
La jornada
siguiente distó en poco de las anteriores. El sol quemaba su piel con más
avidez y su ropa se había convertido en una segunda piel empapada en sudor y
polvo. Una vez más, Ámaron observó cómo el sol se ponía y traía consigo la
oscuridad casi absoluta. Aquella noche la luna había desaparecido del cielo. Ámaron
se dispuso a volver a tirar de su yegua, que parecía a punto de desfallecer,
cuando la noche se iluminó de pronto. Todos se quedaron sin habla al contemplar
una imagen terrorífica. El cielo se estaba desgarrando. Cuatro haces de luz lo atravesaban
de parte a parte.
Ámaron fue el
último en reaccionar, a su lado, toda su familia estaba gritando y huyendo para
ponerse a salvo. Tan solo el sonido de su nombre hizo que reaccionara. Uno de
aquellos haces parecía dirigirse directamente hacia él y lo hacía a una
velocidad imposible. Aquello debía tratarse de uno más de los sueños que tenía
durante el día. Pero en sus sueños nadie gritaba, y tampoco temblaba como lo
estaba haciendo él en aquellos instantes. La realidad del momento lo golpeó, aunque
sus miembros se negaron a obedecerle ante la proximidad de aquel objeto que
amenazaba su existencia.
El impacto se
produjo a pocos pasos de él y lo empujó hacia atrás con la fuerza de un ariete.
Tardó un momento en recuperar la respiración y algo más en ser capaz de
levantarse. Con sumo cuido, se aproximó hacia el cráter que aquel objeto caído
del cielo había ocasionado en el suelo y que había echado a perder el trabajo
de varias jornadas. Tuvo que esperar a que el polvo volviese a asentarse hasta poder
discernir una forma que se movía en la base del cráter. Era un ser diminuto,
apenas le llegaría por las rodillas, y redondeado. El tono de su piel era
azulado y ésta tenía un aspecto resbaladizo, como si acabase de salir de un
lago y aún no se hubiese secado del todo. Sus ojos eran amarillos y carecían de
pupila alguna. Una larga cola con forma de rayo no paraba de golpear el suelo
con nerviosismo, abriendo pequeños agujeros con cada sacudida. El ser no cesaba
de mirar de un lado para el otro, como si buscase algo.
–¿E-e-eres real? –preguntó Ámaron,
incapaz de dar crédito a lo que veían sus ojos –. Estás aquí por mí, ¿verdad?
Aquel ser se
volvió hacia Ámaron, quien, incapaz de contener la emoción que sentía, comenzó
a llorar a lágrima viva.
–¿Wigo?
–N-no te entiendo –dijo Ámaron.
El ser giró
la cabeza hacia un lado. Su cola dejó de agitarse y Ámaron extendió una mano,
sin saber qué esperar a continuación, pero deseando que, de alguna forma, el
ser lo aceptase y le concediese todo cuanto había deseado. De pronto aquella
forma se abalanzó sobre él y comenzó a devorar su rostro con mordiscos rápidos
y feroces que arrancaron carne, músculo y hueso a partes iguales. Antes de
desvanecerse trató de consolarse pensando que pronto despertaría de aquel sueño.
Nada era real, sin embargo, todo terminó y Ámaron cesó de ser en aquel momento.
Si te ha gustado el prólogo y quieres leer el capítulo 1 antes que nadie, envía un correo a davidhijoncontacto@gmail.com con el asunto Crónicas de Gaia III para recibir un mail con ese capítulo.
Un saludo, queridos lectores.